martes, octubre 03, 2023

Stalin-Beria. 1: Consolidando el poder (22): Dominando el cotarro

La URSS, y su puta madreCasi todo está en Lenin
Buscando a Lenin desesperedamente
Lenin gana, pierde el mundo
Beria
El héroe de Tsaritsin
El joven chekista
El amigo de Zinoviev y de Kamenev
Secretario general
La Carta al Congreso
El líder no se aclara
El rey ha muerto
El cerebro de Lenin
Stalin 1 – Trotsky 0
Una casa en las montañas y un accidente sospechoso
Cinco horas de reproches
La victoria final sobre la izquierda
El caso Shatky, o ensayo de purga
Qué error, Nikolai Ivanotitch, qué inmenso error
El Plan Quinquenal
El Partido Industrial que nunca existió
Ni Marx, ni Engels: Stakhanov
Dominando el cotarro
Stalin y Bukharin
Ryskululy Ryskulov, ese membrillo
El primer filósofo de la URSS
La nueva historiografía
Mareados con el éxito
Hambruna
El retorno de la servidumbre
Un padre nefasto
El amigo de los alemanes
El comunismo que creía en el nacionalsocialismo
La vuelta del buen rollito comunista
300 cabrones
Stalin se vigila a sí mismo
Beria se hace mayor
Ha nacido una estrella (el antifascismo)
Camaradas, hay una conspiración
El perfecto asesinado

Pero continuemos con la marcha de la economía y la sociedad soviéticas tras las reformas. La reforma del 32, y el estajanovismo que vino detrás, tuvo la lógica consecuencia de crear una aristocracia obrera soviética. Pero no fue el único cambio, porque también acabó por afectar, indirectamente, al nivel económico de los dirigentes industriales intermedios del Partido. Lenin, el inamovible Lenin, había creado un concepto, conocido como “máximo de Partido”, que en España ha sido adoptado por Podemos (por lo menos durante un rato). Según este principio, un dirigente del PCUS, por brillante que sea, no debería ganar nunca más que un trabajador cualificado (este principio se ha adoptado con el tiempo por un multiplicador del Salario Mínimo, pero esencialmente es el mismo principio). En realidad, ya a finales de los años veinte el máximo de Partido de Lenin estaba siendo sistemáticamente conculcado, a base de crear en la retribución partidaria figuras como los bonus y los puntos, extrasalariales y, por lo tanto, fuera de ese umbral. Sin embargo, cuando los burócratas del vodka y las putas comenzaron a ver cómo había obreros o ingenieros que conseguían vivir mejor que ellos, comenzaron a rezongar. Como resultado, el máximo de Partido fue eliminado en 1932.

Esos años fueron testigos de la creación efectiva de la elite extractiva soviética. Los hombres del vodka, las putas, los apartamentos enormes, las facilidades educativas y sanitarias muy por encima de las posibilidades del resto de la gente, y los economatos que, durante décadas, estuvieron repletos de las cosas que el ciudadano soviético no podía soñar con comprar. El cúmulo de esta concepción elitista fue la Casa de Gobierno, un gran edificio de apartamentos construido en el embarcadero del río Moscova para todas esas personas. El impresionante edificio, o más conjunto de edificios, sumaba 500 apartamentos de todo lujo, e incluía calefacción central, gas, agua caliente, teléfono en cada casa, tiendas de alimentos, una consulta de la policlínica del Kremlin, un restaurante y sendos impresionantes teatro y cine.

En todo aquel entorno, el enfrentamiento cultural y estratégico con la llamada derecha bolchevique, es decir la facción del Partido que quería poner coto a la colectivización a cristazos y el excesivo poder personal del secretario general tenía, tarde o temprano, que convertirse en un enfrentamiento político. Éste, finalmente, estalló en la comentada larga sesión del Politburo, además de casi escandalosa, ocurrida en enero y febrero de 1929. Aquel Politburo fue el momento escogido por Alexei Ivanovitch Rykov, Nikolai Ivanovitch Bukharin y Milhail Pavlovitch Tomsky para presentar batalla contra Stalin, arguyendo que el secretario general se estaba abrogando poderes y decisiones tradicionalmente (siempre la referencia a Lenin) reservados para la decisión colectiva y colegiada en el Partido o, más concretamente, el Comité Central.

Para entonces, sin embargo, Stalin era demasiado poderoso. Lo único que consiguieron fue que, en 1930, el secretario general segase la hierba bajo sus pies. Rykov y Tomsky perdieron sus sitiales en el Politburo, y el año anterior lo había sido Bukharin; si bien los tres permanecieron en el Comité Central. Stalin promovió desde el estatus de miembro candidato al de miembro de pleno derecho a tres de sus peones: Sergei Mironovitch Kirov, Stanislav Vikentievitch Kosior y Lazar Moiseyevitch Kaganovitch. Con ellos, Stalin apuntaló su absoluto control del primer órgano decisorio del sistema soviético, sumando sus votos al suyo propio y a los de Viacheslav Milhailovitch Molotov, Kliment Efremovitch Voroshilov, Milhail Ivanovitch Kalinin, Valerian Vladimirovitch Kuibyshev, Sergo Ordzhonikizde (o sea, Grigory Konstantinovitch Ordzhonikizde) y el letón Janis Rudzutak. Esta mayoría aplastante utilizó el XVI Congreso del Partido para limpiar el Comité Central de derechistas, lanzando claramente el mensaje a la clase política del vodka y las putas de que, si se alineaban con los derechistas, ya sabían el destino que se reservaban.

Sea como sea, en aquellos primeros años treinta Stalin no podía ser considerado un dictador. En ese momento, quienes tomaban la palabra para criticarlo todavía no tenían la sensación de que con ello arriesgaban el gañote. En una cosa, una sola, creo yo que tienen razón los defensores de la figura de Vladimiro Lenin: no era una persona que creyese en la dictadura personal. Eso, sin embargo, no lo convertía en un demócrata. Lenin creía en la dictadura del Partido, esto es, creía que en su seno se debían producir discusiones y disensiones; pero, eso sí, una vez terminadas éstas y consolidada una posición, ésa debería serle impuesta al resto de la población a hostias. De ahí que muchos políticos de ese primer PCUS de Stalin, más toda una caterva de licenciados en Historia en las décadas por venir, tuvieran la ilusión o el espejismo de un leninismo democrático. El famoso argumento de “a Vladimir Lenin cualquiera podía criticarle y decirle que estaba equivocado”. Afirmación que es falsa de toda falsedad. Cualquiera, no. A Lenin, quien podía criticarlo era cualquier (que tampoco era cualquiera, pero bueno) miembro del Comité Central o del Politburo. Pero un peluquero de Krasnoyarsk no podía criticarlo. Si lo hacía, terminaba en cana.

El error de los contemporáneos de Stalin, en aquellos momentos de 1930, fue considerar que el secretario general iba a respetar el derecho del resto de los miembros de la elite comunista a la hora de opinar y criticar. La clarividencia de Lenin en los estertores de su vida, que lo llevó a recomendar la remoción de Stalin como secretario general, fue entender que Iosif Vissarionovitch Dzhugashvili era demasiado autoritario para aceptar esos estatutos para la comunidad de vecinos. Pero, la verdad, como se han ocupado de recordar muchos estudiosos, este carácter por parte de Stalin se conocía de antiguo. Y a Lenin siempre le importó un huevo.

Como Vladimir Lenin no era un demócrata ni de frente, ni en picado, ni en contrapicado, en todas las mierdas teóricas y estratégicas que escribió, porque, desde luego, escribir se le daba bien, nunca se preocupó de diseñar lo que tienen los países democráticos: una arquitectura institucional que genere un equilibrio de poderes. Para empezar, Lenin nunca diseñó una estructura institucional. Las instituciones soviéticas, desde la Jefatura del Estado hasta los ministerios pasando por los parlamentos, siempre fueron meras oficinas del Partido. Y, para seguir, Lenin no quería contrapesos porque creía en el poder absoluto de quien lo detentaba (recordad: kto-kogo). En ese sentido es, en mi opinión, en el que se puede decir que Stalin no traicionó al sistema soviético; lo quintaesenció, que no sólo no es lo mismo sino que es exactamente lo contrario de lo que suelen entender los que han averiguado sobre el comunismo lo que les han contado en un máster de Políticas. Para colmo, Lenin, en 1921, en el X Congreso del Partido, impulsó la llamada Resolución de Unidad en el Partido; texto por el cual La Mano de Dios, ese criterio que nunca, y nunca es nunca, se ponía en duda en la URSS, el de Lenin, acabó con toda posibilidad de que dentro del PCUS pudieran existir facciones. A la larga, la resolución de Unidad del Partido le habría de hacer un enorme daño a las izquierdas políticas, que desde entonces se rigen por la regla matemática enunciada por Luiz Inazio Lula da Silva, según la cual toda formación de izquierdas es siempre divisible por dos. Si dentro de la formación comunista no puede haber formaciones, entonces todo lo que tiene que haber son escisiones.

En el terreno de la práctica, es cierto que Lenin buscó una manera de equilibrar el poder. En el día a día de la gestión de la URSS, tal vez consciente de que no era del todo racional que todo descansase sobre los hombros del Partido, la institución a la que Lenin prestaba más atención y esfuerzos era el
Sovnarkom. Presidía sus reuniones semanales y mantenía contactos regulares no sólo con los comisarios del pueblo sino con sus adjuntos. De hecho, cuando el cerebro de Lenin comenzó a debilitarse definitivamente, en 1922, el Sovnarkom comenzó a eclipsarse en paralelo. Stalin, sólidamente instalado en el Partido, propició ese proceso, que ya nadie osaría poner en duda hasta el enfrentamiento entre Breznev y Kosigyn, cuarenta años después.

Stalin tomó en 1929 el control directo del Sovnarkom y, además, impulsó en la Conferencia del Partido de dicho año (la XVI) una resolución que fue, en la práctica, una purga de los miembros de esta institución que podían considerarse técnicos gubernamentales sin apoyo en el Partido. La razón de fondo es que la mayor parte de estos purgados eran, en realidad, miembros de ala derecha del Partido, partidarios, pues, de una gestión más racional. Stalin los echó a la calle y algunos meses después colocó a su fiel Viacheslav Molotov al frente del Sovnarkom.

Stalin no quiso presidir aquel órgano de gestión de gobierno, lo más parecido a un consejo de ministros que tenía la URSS, porque prefería mantener su poder en el Politburo y en el Orgburo, encargado de los elementos organizativos del Partido. El corresponsal de Stalin en los temas de Partido era Kaganovitch, quien en 1930 reorganizó el aparato del Comité Central para su líder. De esta manera, dentro del CC se creó un departamento secreto que trabajaba para el Politburo, el Orgburo y el Secretariado (o sea: personalmente para Stalin); luego se creó un departamento de Organización e Instrucción, responsable de gestionar los nombramientos; un departamento de Asignaciones, responsable de nombrar a los ejecutivos de la Administración y los sindicatos; un departamento de Cultura y Propaganda, para supervisar sobre todo la Prensa (donde pronto comenzaría a hacer sus pinitos Konstantin Chernenko); un departamento de Agitación y Campañas de Masas; y el Instituto Lenin.

Estos cambios pueden parecer insulsos, pero no lo son en modo alguno. Hasta la reforma de 1930, el Comité Central era un poco el guía de las instituciones administrativas y de gobierno. Era la institución que les aconsejaba la mejor forma de evitar el desviacionismo y de cumplir con los objetivos del marxismo-leninismo. Ahora, sin embargo, el Comité Central se convirtió en el verdadero centro de gestión, auditoría y superioridad jerárquica sobre las instituciones de gobierno y sociales. El principal indicio de lo que os digo es que desde entonces el Orgburo, hasta entonces un órgano de orden administrativo, adquirió una importancia capital para el día a día del país.

La clave estaba en el Departamento Secreto. A decir verdad, existir, existía desde principios de los años veinte como una instancia de servicio para los más altos escalones del Partido. Entre otras cosas, ejercía la secretaría del Orgburo, Politburo y el Secretariado, preparando órdenes del día y actas; una labor ya de por sí muy valiosa y generadora de poder, como habría de descubrir Chernenko décadas después. También mantenía el archivo secreto de estos altos órganos del Partido.

Stalin colocó al frente del Departamento Secreto a una de sus manos derechas: Iván Pavlovitch Tovstukha, y cuando tuvo que sustituirlo provisionalmente, eligió a Mekhlis. También colocó a otro fiel, Georgui Maksimilianovitch Malenkov, como secretario del Politburo; y creó un organismo, el Buró del Secretariado, existente para darle servicio a él y que, lógicamente, petó con su gente. La mayoría de los primeros estalinistas, los camisas azules de su régimen, recibió el estatus de secretario del Comité Central; un puesto que, desde entonces y hasta el mismísimo final de la URSS, fue el puesto ambicionado por todo miembro del Partido para poder mandar. Uno de estos secretarios del CC, Alexander Nikolayevitch Poskrebyshev, se demostró tan perrunamente fiel a la figura del secretario general que éste lo convirtió, se suele decir, en su secretario personal. Esta calificación, sin embargo, yo creo que no le hace justicia al nombramiento. En realidad, Poskrebyshev fue nombrado el jefe o director de la unidad dentro del Departamento Secreto encomendada de gestionar la vida y las obligaciones del secretario general; lo que hoy en día se suele denominar Jefe de Gabinete. En el caso soviético, esta unidad recibía el nombre de Sector Especial o Osobyi Sektor.

El uso que hizo Stalin del Departamento Secreto fue doble. Por un lado, lo usó para controlar la acción de gobierno en aquellas esquinas del régimen que no podía controlar. Pero, por otro, lo utilizó como Academia General de Estalinistas. De la escuela del Departamento Secreto salieron personas como Malenkov, Mekhlis o Nikolai Ivanovitch Yezhov. Todos o casi todos ellos operaron como pájaros cuco que invadían los nidos que otros comunistas venidos a menos dejaban libres. Por ejemplo, cuando Bukharin fue cesado como editor del Pravda, en 1929, lo sustituyó Mehklis. Malenkov fue nombrado director del Comité del Comité Central para los Órganos de Gobierno del Partido; y Yezhov, como habrían de descubrir muchos soviéticos muy pronto, entró en 1930 en la policía política.

Para Stalin fue crucial también tomar el control de la Comisión del Comité Central para el Control del Partido. Especie de órgano de Asuntos Internos supuestamente creado para garantizar la limpieza de la actuación de los jerifaltes soviéticos, al carecer de independencia y autonomía (una vez más, las consecuencias de que un órgano democrático fuese creado por alguien tan poco demócrata como Lenin) se acabó convirtiendo, en manos de Stalin, en un órgano dedicado a averiguar mierda de cualquiera. Trotsky acusó a Stalin, de hecho, de haber creado un grupo cloaca específico, en el que estarían presentes sus fieles Emelian Milhailovitch Yarovslavsky y Matvei Fiodorovitch Shkiriatov. Este departamento, se hizo con los archivos de la antigua policía zarista, es decir, coleccionó información sensible de muchos comunistas incluso anterior a la revolución.

En todo caso, ya en aquellos tiempos la relación de Stalin con las fuerzas policiales, sobre todo las secretas, era muy intensa. Stalin cultivó la relación con Viacheslav Rudolfovitch Menzhinski, quien había sustituido a Dzerzhinski como director de la OGPU y lo fue hasta 1934. Por encima de todos, la principal relación era con Guenrikh Grigorievitch Yagoda.

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